Por: Francisco Cajiao. El Tiempo, enero 12 de 2016
El éxito es la confluencia de muchos factores, uno es tener grandes sueños desde la infancia.
Mientras el fenómeno del Niño amenaza con escasez y alza de precios en los alimentos, se anuncia el incremento del IVA, se devalúa el peso a las carreras y se aproxima el pago de prediales, vehículos y demás pequeñeces, lo único gratis que nos queda son los sueños. Por eso no hay derecho a tener sueños pequeños, incapaces de mover el cuerpo y remover las neuronas.
El inicio de año siempre es una buena oportunidad para recargar energía y mirar nuevos horizontes. El país, desde luego, tiene buenas razones para ilusionarse, a pesar de todas las dificultades que plantean una situación económica global complicada, fenómenos naturales que nos golpean y complejas rémoras enquistadas en una sociedad que no acaba de encontrar sus verdaderos ideales y valores supremos.
En relación con la economía, necesitamos ser más inteligentes que los demás para enfrentarnos a los fenómenos mundiales sin perder la orientación hacia mejores condiciones para la equidad. Eso supone soñar en grande, innovar, hacerse más intolerantes con la corrupción, estimular el renacimiento del campo, avanzar rápidamente en infraestructura.
Frente a los fenómenos naturales, necesitamos paciencia, disciplina, solidaridad y un poderoso sentido de cuidado de nuestros recursos que nos permita entender que hay prioridades ante las cuales el Estado debe tener absoluta claridad, por ejemplo, que siempre es primero el agua que la minería. Que páramos, ríos, lagunas y bosques son el patrimonio de las próximas generaciones, su verdadera riqueza.
Y entre los ideales que no deben ponerse en duda nunca, no solo porque hacen parte de la Constitución, de los acuerdos éticos universales y de los anhelos más íntimos de cada ser humano, el primero de todos es la paz. No solo entendida como ausencia de guerra, que es lo más elemental, lo que deseamos lograr este año con la firma de un acuerdo de desarme y desmovilización, sino como el estado mental de una sociedad capaz de salir del salvajismo para acceder a la civilidad.
Para esto necesitamos enorme esfuerzo, pues entregar las armas siempre será más fácil que desarmar los espíritus. Necesitamos que desde la infancia y la adolescencia se cultiven esos ideales de convivencia que aclimatan la solidaridad, el respeto por los demás, el culto serio a la libertad de pensamiento, el aprendizaje temprano de las prácticas democráticas. Y, desde luego, instalar en nuestros niños, desde la primera infancia, el amor por la verdad y la avidez por el conocimiento es la única defensa durable para asegurar la no repetición de la barbarie y la estupidez que han marcado todas estas décadas de violencia.
Este mensaje de comienzo de año quiero dedicarlo especialmente a todos los maestros y maestras de Colombia, pues a este gran conglomerado profesional le corresponde tener sueños más elevados que a todos los demás. Y tienen que tenerlos y alimentarlos, muchas veces contra toda evidencia, pues con frecuencia trabajan en muy duras condiciones. Pero, aun así, les corresponde la lucha contra la desesperanza, tienen que vencer el escepticismo que a veces se incuba en las familias, deben animar a sus niños a volar cada vez más alto y tienen que creer que es posible, porque a eso dedican su vida.
Allí, frente a cada profesor de primaria o secundaria, se sentarán en unos pocos días varias decenas de estudiantes con la expectativa de lo que sucederá este nuevo año. ¿Qué les podremos transmitir? Tal vez debiéramos imaginar por un momento que todos ellos son promesas de científicos, líderes sociales, artistas, empresarios. ¿Cuál será cuál? ¿De qué dependerá que esas potencialidades se hagan realidad? Sin duda, el éxito es la confluencia de muchos factores, pero dos indispensables son el aliento de los maestros y la capacidad de tener grandes sueños desde la infancia.
FRANCISCO CAJIAO
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